Quisiera dejar escapar estos versos
y que corran como agua entre mis dedos.
No deseo hacerlos míos, ya no.
No tengo fuerza para seguir así,
buscando una palabra amiga,
una caricia y un poco de consuelo.
He llorado todas las lágrimas que podría llorar
y he tiritado de frío
mientras se perdía
el recuerdo de tu mirada en la inmensa noche,
en el vacío del silencio. En la nada.
Quisiera que mis lamentos se murieran de repente,
sin dejar rastro en el papel blanco.
Que la música se callara, de pronto,
y dejara de cavar su rastro amargo en mi alma.
Quisiera olvidarme de ti.
No recordar jamás tu nombre,
ni la belleza de tu mirada tranquila.
Quisiera no tener que llamarte,
cada noche, desde mi distante agonía.
Ni esperarte cada día,
en cada esquina, en cada ruido,
en cada paso tras mis pasos,
en cada sonrisa tras mi llanto.
Quisiera prometerte que te he olvidado.
Que he borrado tu nombre de mi vida
y que todo es ya un manto de luz
que me venda los ojos y me ciega el alma.
Quisiera prometerme que seré feliz
en el olvido, en la ciénaga y en la soledad de mi casa.
Y quizá así lograra engañarte,
con un poco de suerte.
Dejaré pues que estos tercos versos
se pierdan en el silencio de esta tarde,
sin dueño, sin que nada los retenga ya a mi lado.
Cerraré los ojos. Un segundo.
Tal vez consiga pensar que no has existido.
Que tu belleza fue una ilusión efímera
de mi mente enferma.
Que tus caricias eran solo susurros del viento.
Y el aire, roca, y la luz, lamento.