Encuentro un lugar escondido, con un hermoso árbol solitario,
y me siento, cansado, a reponer fuerzas entre muros blancos.
Un gorrión recorre el aire nervioso y dos mujeres me espían
en silencio, en medio de esa tarde melancólica y ardiente.
Acude tu recuerdo a su cita diaria, tu rostro sonriendo,
tu mirada fresca, tu palabra constante. Eternamente mía.
Y entonces, empujado por todo lo que eres,
por cuánto me has dado y por un futuro imposible,
me armo con un papel y un lápiz, y los sueños,
aleteando en medio de esta nada obstinada.
“Dejaremos que pase el tiempo- escribo-
hasta que aquellos días furtivos
sean algo lejano y pequeño.
Entonces, casi desde el olvido,
con un dulce goteo de lamentos,
se erguirán nuestros recuerdos,
entre silenciosos escondites sombríos,
como gigantescos cíclopes pétreos”